La nieta del brujo

Enunciado

La nieta del brujo

Mi abuelo materno nació con una sonrisa tatuada. No era una carcajada, sino una sonrisa de niño jugando en ese rostro anciano.

Los antiguos siempre buscaban un nombre apropiado al nacer, tengo la convicción que a él lo llamaron Ayiwün. A los veinte años fue arreado al servicio militar, allí su nombre fue cambiado por Juan, nunca fue de su gusto un nombre de santo y jamás habló de su nombre antiguo.

Mi abuela María, su mujer, por el contrario, la conocí amarga como natre. Mis once años me decían que cada surco en su rostro era una profunda huella de discriminación escrita en su cara.

Mis abuelos maternos eran williche; vivían en la montaña de Alerce, en medio de los árboles milenarios y tierras vírgenes, donde no era extraño ver pasar al puma en el rescate de su gato. Ese año, la naturaleza me regaló un verano inolvidable, que el germen de la memoria, después de tantos años, hace brotar.

Salimos de la ciudad de Osorno al amanecer en tren, mi abuela y yo. Tiene que haber sido medio día, porque el sol jugaba a trepar directamente por los escalones de mis trenzas, cuando nos encontrábamos en Alerce. Alerce era el pueblo más cercano a la casa de mis abuelos. Desde allí tendríamos que viajar el medio día restante. Mi curiosa niñez se empinó para mirar el pueblo, no tenía iglesia ni plaza. Ese día vi la figura amenazante de un cura y un alcalde paseándose, como un "Cuco", por la línea del horizonte. Su calle principal, la única donde solo espíritus de Machi, Lonko y guerreros de antaño salían a caminar. Los imaginé bailando bajo el sonido de sus rukas derrumbándose.

No sé de dónde apareció la polvareda, pero un camión avanzaba por esa calle arrastrando un quejido de tuercas. La carrocería de madera nos acogió con su propio olor a deshechos de ave y animal. Amarré mis tripas con un chicle de menta cuando quisieron escapar. Creo que aluciné con el olor, porque al momento de comer mi abuela sacó de un canasto dos enormes tortillas, el mal olor se hizo flecha, salió de mi nariz, atravesó el apetito y mi lengua empezó a deshojar las migas de pan. Nunca he vuelto a comer panes tan buenos.

-Se terminó el camino -dijo mi abuela.

Pensé que el olor también le había hecho efecto a ella. Tenía entendido que los caminos nunca terminaban, porque uno los va abriendo. Analizaba el estado de mi abuela cuando el pioneta abrió la puerta de la carrocería.

Di un salto de la realidad a la magia, del infierno al paraíso: era la selva. Nítidos aparecen los árboles milenarios ante mis ojos y mi abuelo sentado en sus raíces, como un duende al acecho con su eterna sonrisa al final de ese camino.

Un cielo verde se balanceaba sobre mi cabeza, traté de ver el sol, pero solo vi sus rayos que atravesaban las hojas que caían por las rendijas del cielo, formando una mágica cascada de lanzas doradas, donde miles de insectos se bañaban dando un colorido que el hombre aún no ha podido mezclar. Una sola persona no pudo haber logrado tanta pureza, y como niña williche que era, pensé en los cuatro puntos cardinales, solo ellos con su fuerza pulieron tanta belleza.

Mi padre me había enseñado a pedir permiso al río y al mar para bañarme. Cuando chica, él me enseñó a conversar con el mar, hizo que colocara mis dos manos sobre las olas y le hablara como si fuese mi padre, con respeto y cariño. Así, las aguas y sus habitantes serían generosos conmigo al tropezar con algún problema dentro de su casa. En esa época, mi padre me contó la historia oral de nuestro "Taita Wentriao", espíritu bueno que vive en la costa de mi tierra williche. Sus palabras no eran nuevas, habían sido escritas en su memoria por los abuelos de sus abuelos, por eso los williche no olvidan al "Taita Wentriao".

Ahora, un verde mar alzaba sus olas de musgos y enredaderas ante mi mirada. Traté de elaborar un puente de oraciones, no sabiendo qué decir, cerré los ojos y levanté los brazos agradeciendo a todas las fuerzas de la tierra, por permitirme entrar a una casa tan SAGRADA como el río o el mar. Agradecí a la naturaleza porque tenía guardado ese paisaje como un tesoro, ahora se lo regalaba a mi corazón. Tan llena de vida me sentía, que muy despacio abrí mis ojos para comprobar que no estaba soñando.

Allí estaba mi abuelo... Y me largué a reír. Me reí casi hasta tener dolor de guata. Mi abuelo tenía una carreta sin ruedas. La curiosa risa empezó a buscar por los alrededores las ruedas. Una tremenda duda me vino a la mente, recordé los cuentos de mi madre, de brujos y duendes, volando sobre el campo... Esperé a que los bueyes se pusieran en movimiento...

-Viloche se llama esta carreta. Vilo significa culebra; che, significa gente- dijo mi abuelo, al descubrir mi intrigada sonrisa.

Luego de andar un rato, la risa se convirtió en un curioso entendimiento, las raíces de los árboles eran verdaderos obstáculos por la huella del camino y los bueyes más parecían gatos subiendo y bajando entre los pies de estos gigantes llamados Alerces. Lo más curioso: aún la carreta serpenteaba. De esa rara mezcla venía su nombre.

La montaña me enviaba mensajes que no logré entender. Pájaros que nunca antes había escuchado cantar. Mi abuelo, con su entendimiento recogido en la naturaleza, me iba enseñando un nuevo alfabeto, que no es tan distinto al de mi tierra, solo hay que saber interpretar el lenguaje de los pájaros. Posteriormente, cuando llegué a mi casa, le dije a mi padre que era bilingüe, porque había aprendido el lenguaje de los habitantes de la sagrada montaña del sur.

Yo no me subí a la carreta. Sentí miedo, podía volcarse, la vi como un trineo gigante. Luego de andar unos kilómetros y ver a mi abuela que no se le movía ni un pelo, más parecía una estatua sobre ella, decidí embarcarme.


Graciela Huinao (fragmento) Ediciones Caballo de Mar 2007.

Ayiwün Sonriente.
Natre Árbol medicinal autóctono, sus hojas y ramas son muy amargas.
Wiliche Gente del Sur. Willi: Sur che: gente.
Machi Principal guía espiritual del pueblo Mapuche.
Lonko Jefe de una comunidad mapuche. En mapudungun lonko= Cabeza.
Taita Wentriao Propio de la religiosidad williche.

¿Quién era el "Taita Wentriao"?

Alternativas

A) Uno de los nombres que le daban los williche al mar.

B) Uno de los apodos con el que llamaban al abuelo de la narradora.

C) Un machi williche que hacía brujería y que habitaba en la costa de la tierra del sur.

D) Un espíritu bueno perteneciente a la religiosidad williche y que habita en la costa de la tierra del sur.