El regalo

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EL REGALO

¿Cuántos días -se preguntaba- había permanecido así sentada, mirando subir el nivel de las frías aguas turbias por la pendiente que se desmoronaba? Ella sólo podía recordar vagamente el comienzo de la lluvia, que se dirigía desde el sur a través del pantano y golpeaba contra el exterior de su casa. Después, el mismo río empezó a subir, despacio al principio, hasta que al fin se detuvo y empezó a descender. Hora tras hora se deslizó, abriendo arroyos y zanjas, desbordándose por terrenos planos. Por la noche, mientras ella dormía, se apoderó del camino y la rodeó, así es que ella se sentó sola, con su barca perdida y su casa como un objeto que la corriente había abandonado en la quebrada del río. Ahora, el agua tocaba incluso las tablas alquitranadas de los pilares. Y todavía subía.

Hasta donde ella podía ver, por sobre las copas de los árboles donde había estado la otra orilla, el pantano era un mar vacío, inundado por cortinas de lluvia; el río se perdía en alguna parte de esa inmensidad. Su casa, con piso de barca, había sido construida para que pudiera soportar justamente esa inundación, si ésta sucedía alguna vez, pero ya era vieja. Quizá los tablones de abajo estuviesen en parte podridos. Quizá el cable que amarraba la casa al enorme roble podría soltarse de repente y dejarla a merced de la corriente, como había ocurrido con la barca.

Ahora nadie podía llegar. Podía gritar, pero sería inútil, porque nadie la oiría. A todo lo largo y ancho del pantano, otros luchaban por salvar lo poco que podían, tal vez incluso sus vidas. Ella había visto pasar flotando una casa entera en un silencio tal, que le pareció estar asistiendo a un funeral. Cuando la vio, pensó que sabía de quién era la casa. Había sido horrible verla pasar a la deriva, pero sus moradores debían haber escapado a tierras más altas. Más tarde, cuando la lluvia y la oscuridad apremiaban, ella había oído río arriba el rugido de una pantera.

Ahora la casa a su alrededor parecía temblar como algo vivo. Alargó la mano para coger una lámpara que se deslizaba por la mesa al lado de su cama y se la puso entre los pies, para sujetarla firmemente. Después, chirriando y quejándose, la casa luchó con esfuerzo, soltándose del barro, y flotó libre como un corcho, meciéndose lentamente, empujada por la corriente del río. Se aferró al borde de la cama. Balanceándose de un lado a otro, la casa se movió hasta donde dio la amarra. Hubo una sacudida y un quejido de maderas viejas y luego una pausa. Lentamente, la corriente la soltó y dejó que se balanceara hacia atrás, arrastrándose, hasta su ubicación inicial. Ella aguantó la respiración y se sentó por un largo rato, sintiendo los lentos vaivenes. La oscuridad se colaba a través de la incesante lluvia y se durmió agarrada a la cama, con la cabeza apoyada en un brazo.

En algún momento, durante la noche, el grito la despertó, un sonido tan angustioso que se puso de pie antes de haberse despertado. En la oscuridad, tropezó contra la cama. Eso venía de afuera, del río. Podía oír algo que se movía, algo grande que hacía un ruido como una draga arrastrándose. Podía ser otra casa. Entonces algo chocó, no de frente, sino resbalando y deslizándose a lo largo de su casa. Era un árbol. Escuchó cómo las ramas y las hojas se desprendían y seguían corriente abajo, dejando sólo la lluvia y los remolinos de la inundación, sonidos ya tan constantes, que parecían formar parte del silencio. Encogida en la cama, estaba casi dormida de nuevo, cuando se escuchó un segundo grito y esta vez tan cerca que podría haber sido en la habitación. Escudriñando en la oscuridad, retrocedió en la cama hasta que su mano agarró la fría figura del rifle. Después, acurrucada sobre la almohada, meció el arma sobre las rodillas. "¿Quién anda ahí?" - dijo ella.

La respuesta fue otro grito, pero menos estridente, que sonaba a cansado; después llegó el silencio vacío que se adueñó de todo. Se apoyó contra el respaldo de la cama. Lo que fuera que estaba allí, lo podía oír moviéndose cerca de la entrada. Las tablas crujían y ella pudo distinguir el sonido de los objetos al ser derribados. Hubo un arañazo en la pared, como si rompiéndola alguien quisiera abrirse paso. Ahora sabía qué era eso, un enorme felino que el árbol arrancado de raíz le dejó al pasar. Había llegado con la inundación: un regalo.

Inconscientemente, apretó una mano contra su cara y su garganta anudada. El rifle se movió sobre sus rodillas. Nunca había visto una pantera en su vida. Había oído hablar de ellas y había oído de lejos sus rugidos, como de sufrimiento. El felino estaba arañando el muro otra vez, golpeando en la ventana de al lado de la puerta. Mientras vigilara la ventana y mantuviera cercado al felino entre el muro y el agua, enjaulado, ella estaría bien. Afuera, el animal se detuvo para raspar sus garras contra el mosquitero oxidado. De vez en cuando, gemía y gruñía.

Cuando por fin se filtró la luz a través de la lluvia, como otra especie de oscuridad, ella estaba aún sentada en la cama, tiesa y helada. Sus brazos, acostumbrados a remar en el río, le dolían de tenerlos quietos sujetando el rifle. Casi no se había permitido moverse por temor a que cualquier sonido animara al felino. Rígida, se balanceaba con el movimiento de la casa. La lluvia todavía caía como si no fuese a parar nunca. A través de la luz gris, finalmente, pudo ver la inundación y, a lo lejos, las formas nebulosas de las copas sumergidas de los árboles. El felino ahora no se movía. Quizá se había ido. Dejando a un lado el arma, se deslizó fuera de la cama y fue hasta la ventana sin hacer ruido. Ahí estaba todavía, agazapado al borde de la entrada, mirando hacia el roble, el punto de amarra de la casa, como si evaluara las posibilidades de saltar a una rama sobresaliente. No parecía tan aterrador ahora que podía verlo, con su pelaje áspero y apelotonado y sus costados enflaquecidos, mostrando las costillas. Sería fácil dispararle donde estaba sentado, moviendo la larga cola hacia delante y hacia atrás. Ella retrocedía para coger el arma, cuando el animal se dio vuelta. Sin ningún aviso, sin arquearse ni tensar los músculos, saltó hacía la ventana y rompió uno de los cristales. Ella cayó hacia atrás; sofocando un grito y cogiendo el rifle, disparó a la ventana. No podía ver a la pantera ahora, pero había fallado el tiro. Ésta empezó a ir y venir otra vez. Podía ver fugazmente su cabeza y el arco del lomo, al pasar por delante de la ventana.

Temblando, volvió a la cama y se tendió. El arrullador y constante sonido del río y la lluvia y el frío penetrante, la disuadieron de su propósito. Observaba la ventana y mantenía el arma preparada. Después de esperar un buen rato, volvió a mirar. La pantera se había dormido con la cabeza sobre las patas, como un gato doméstico. Por primera vez, desde que habían comenzado las lluvias, quiso llorar por ella misma, por toda la gente, por todo lo de la inundación. Deslizándose en la cama, se puso la colcha sobre los hombros. Debería haberse ido cuando pudo, mientras los caminos todavía estaban abiertos, o antes de que se hundiera su barca. Al bambolearse con el movimiento de la casa, un fuerte dolor de estómago le recordó que no había comido. No se podía acordar desde cuándo. Estaba muerta de hambre, como el felino. Pausadamente, fue a la cocina y encendió el fuego con los pocos leños que quedaban. Si la inundación continuaba, ella tendría que quemar la silla y quizá incluso la mesa. Descolgando del techo los restos de un jamón ahumado, cortó gruesas rebanadas de la carne rojiza y las puso en un sartén. Se mareó con el olor de la carne que se freía. Había unas galletas rancias de la última vez que cocinó y podía hacer un poco de café. Tenía agua de sobra.

Mientras preparaba su comida, casi se había olvidado del felino, hasta que éste gimió. También estaba hambriento. "Déjame comer" -ella le dijo-, "y luego me encargaré de ti". Y rió para sus adentros. Mientras colgaba en el clavo el resto del jamón, el felino emitió un gruñido gutural que hizo temblar su mano.

Después de haber comido, volvió a la cama y cogió el rifle. La casa había subido tanto, que ya no rozaba la pendiente cuando el río la empujaba hacia su lugar habitual.

La comida la había repuesto. Podía deshacerse del felino mientras se filtrara luz entre la lluvia. Ella se arrastró lentamente hasta la ventana. Allí estaba todavía gimiendo, empezando a moverse cerca de la entrada. Ella lo miró fijamente largo rato, sin miedo. Entonces, sin pensar en lo que hacía, dejó el rifle a un lado y bordeó la cama para dirigirse a la cocina. Detrás de ella, el felino se movía, impacientándose.

Descolgó lo que quedaba del jamón y regresando por el suelo bamboleante hasta la ventana, lo arrojó por el hueco del cristal roto. Al otro lado, hubo un rugido hambriento y una especie de corriente pasó desde el animal hacia ella. Asombrada de lo que había hecho, retrocedió hasta la cama. Podía oír los sonidos de la pantera desgarrando la carne. La casa se sacudió a su alrededor.

Cuando nuevamente se despertó, supo de inmediato que todo había cambiado. La lluvia había parado. Esperaba sentir el movimiento de la casa, pero ésta había dejado de flotar sobre el agua. Abriendo su puerta, vio un mundo diferente a través de la mosquitera rasgada. La casa reposaba en la pendiente donde siempre había estado. Unos cuantos metros más abajo, el río aún corría como un torrente, pero ya no ocupaba los escasos metros entre la casa y el roble. Y el felino había desaparecido. Desde la entrada hasta el roble y, sin duda, hacia el pantano, había huellas, casi imperceptibles, que ya desaparecían en el barro blando. Y ahí en la entrada, roído hasta los huesos, estaba lo que había quedado del jamón.

¿Cuál es la situación de la mujer al comienzo del cuento?

Alternativas

A) Está demasiado débil para dejar la casa después de días sin comida.

B) Se está defendiendo de un animal salvaje.

C) Su casa ha quedado rodeada por una inundación.

D) Un río desbordado ha arrasado con su casa.